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Cartas desde Jerusalén II/La era de la judaización


Un manifestante palestino protesta contra la demolición de viviendas y el desalojo de familias árabes y palestinas en un barrio de Jerusalén. Foto: Aitana Vargas

Por Aitana Vargas

18 de octubre de 2010

A las afueras de la Ciudad Vieja de Jerusalén y encima de lo que se cree son las ruinas de la antigua Ciudad de David se encuentra Silwan – un empobrecido y marginal barrio árabe de unos 50.000 palestinos que fue anexionado por Israel tras la Guerra de los Seis Días en 1967. En este distrito del Valle de Kidron, las emociones de sus residentes están a flor de piel. Las familias palestinas viven bajo la amenaza de desalojo permanente y las crecientes tensiones entre éstas y los colonos judíos ultra derechistas han desatado una guerra por cada centímetro cuadrado de tierra. En los últimos años, Silwan se ha convertido en blanco estratégico de los ultra nacionalistas y de las autoridades israelíes, que quieren imponer su interpretación de la historia y recuperar un territorio que ha estado habitado por la comunidad palestina durante siglos; Quieren convertir Silwan en la versión moderna de La Ciudad de David; Y la ‘colonización’ y ‘ocupación’ de este poblado es un paso esencial para que el gobierno hebreo logre consumar la anexión ilegal de Jerusalén Este.

Primero comenzó el desalojo de los residentes palestinos. Luego llegó la demolición, una a una, de las viviendas árabes que formaban parte de un complejo construido sin permisos legales – porque éstos nunca son expedidos por las autoridades israelíes. En su lugar, se inició la construcción de complejos de apartamentos para colonos judíos y el parque arqueológico conocido como el Jardín del Rey – el lugar donde, según la Biblia, David habría alzado su palacio hace más de 3.000 años. Como parte del ambicioso proyecto se remodeló una de las principales carreteras de Silwan – una a la que los árabes llamaban Wadi Hilweh. Para crispación de la población palestina, las autoridades israelíes rebautizaron la carretera como “City of David Steps”. Ahora Silwan ha quedado convertido en un mar de profundos contrastes: una vasta superficie está ‘ocupada’ por un moderno parque arqueológico al que no le falta detalle ni servicio alguno y desde el que se contempla la miseria y pobreza en la que está sumida la zona palestina. Quizá, en otras circunstancias, quizá, en un clima libre de provocación y hostilidad, los trabajos de remodelación en Silwan habrían sido valorados y apreciados por los residentes árabes. Pero en mitad de la crispada lucha territorial, las familias palestinas vieron las obras de mejora como parte de un monstruoso plan para judaizar demográficamente Jerusalén y, en particular, el este de la ciudad. Menachem Klein, exasesor del exprimer ministro israelí Ehud Barak, interpreta las intervenciones israelíes en Silwan como “parte de la estrategia del gobierno para desconectar el Monte del Templo de la zona palestina de la ciudad”. “Aunque Benjamin Netanyahu haya aceptado verbalmente la solución de dos estados, no quiere que el Monte del Templo sea parte de Palestina. Es más, no quiere, ni de lejos, que Palestina esté cerca del lugar”, puntualiza Klein. La política hebrea de desalojos y de edificaciones judías ha derivado en crispamiento, episodios violentos y frecuentes disturbios entre los residentes palestinos – que exigen el regreso de sus tierras – y los colonos ultra ortodoxos – que se niegan a salir de éstas.

Los argumentos históricos se han convertido en una poderosa y legitimadora herramienta a manos de las autoridades hebreas para justificar la ocupación de tierras palestinas. Sin embargo, las acciones del gobierno israelí están únicamente fundamentadas en la interpretación de la historia vista a través del prisma hebreo, que ignora descaradamente la versión del pueblo palestino y la presencia física de la comunidad árabe en Israel desde tiempos inmemoriales – una presencia que se remonta a mucho antes de la formación del Estado de Israel en 1948.


La población palestina y grupos de activistas se manifiestan cada semana en el barrio de Sheikh Jarrah para reclamar los derechos de los palestinos. Foto: Aitana Vargas

Con finas y profundas punzadas, las autoridades hebreas llevan años tejiendo una nueva realidad en enclaves estratégicos del Jerusalén musulmán y palestino. Y es que la batalla por imponer una determinada interpretación de la historia también ha sacudido el barrio árabe de Sheikh Jarrah, en Jerusalén Este. Aquí también se ha procedido al desalojo de familias palestinas como consecuencia de la intensa presión ejercida por los ultra derechistas judíos. La familia Al-Kurd fue una de las primeras en verse obligada a hacer las maletas y marcharse. Su casa estaba situada junto al lugar donde supuestamente se encuentra la tumba de un Sumo Sacerdote judío de la época del Segundo Templo. Esta tierra fue reclamada por una organización judía – el Comité de la Comunidad Sefardí – basándose en títulos de propiedad cuya autenticidad fue cuestionada. La comunidad árabe y los grupos de activistas pusieron el grito en el cielo. Pero de poco sirvió porque, en una muestra más de soberbia y dominio, las autoridades israelíes le dieron la razón a los judíos. Desde entonces, el sonido de los tambores no ha cesado de retumbar con fuerza cada viernes en Sheikh Jarrah en señal de protesta contra la intensa campaña de remodelación demográfica que pretende forjar una realidad judía permanente en este y en otros barrios árabes de incalculable valor histórico y religioso para Israel. Todas la semanas, los activistas y residentes palestinos, árabes e israelíes alzan sus voces al unísono para exigir el fin de los desalojos y las demoliciones en tierras habitadas por árabes y palestinos.

Sin embargo, el reclamo de las propiedades que los judíos poseían en Jerusalén Este antes del nacimiento de Israel en 1948 se podría convertir en un arma de doble filo para las autoridades hebreas ya que muchos refugiados palestinos que perdieron sus propiedades podrían exigir que Israel también reconozca su derecho al retorno – un derecho que, de momento, se les está negando.

En los últimos años también se ha observado un aumento en la compra de casas para judíos en zonas estratégicas de Jerusalén Este. Estas provocativas adquisiciones, principalmente financiadas por nacionalistas religiosos y grupos ultra ortodoxos judíos como el Ateret Cohanim, afectan con mayor crudeza al barrio árabe de la Ciudad Vieja, adyacente al codiciado Monte del Templo. Los esfuerzos por judaizar demográficamente este enclave palestino podrían, sin embargo, resultar en vano, porque este área tiene una población árabe de más de 30.000 habitantes y una población judía de tan solo 4.000. Aún así, los intentos por hacerlo, no cesan. Y los israelíes tampoco los niegan.

“A los musulmanes no les gusta que los judíos estén judaizando la Ciudad Vieja, pero hace unos 1.300 años, ellos fueron los que la islamizaron”, comenta Raphael Israeli, catedrático israelí de Estudios Islámicos en la Universidad Hebrea en Jerusalén. “Así que, está bien que los musulmanes conquisten e islamicen todo Oriente Medio y África – que no eran ni árabe ni musulmán – algo que, por cierto, lograron por ocupación. Ellos [los musulmanes] tienen derecho a hacerlo, pero los judíos, los cristianos, nada, porque se trata sólo del Islam. El Islam ganará al final. Y ésta es la clave del conflicto. Y quizá es demasiado tarde para resolverlo [el conflicto] porque los israelíes no hicieron lo correcto hace 40 años cuando era más fácil que sometiéramos a los palestinos”.

En su conjunto, las medidas de las autoridades israelíes tienen como finalidad extender y afianzar la presencia judía en zonas árabes, complicando – si no bloqueando irremediablemente – cualquier atisbo de acuerdo entre israelíes y palestinos basado en la solución de dos estados y una división negociada de la ciudad de Jerusalén. Pero además, el intenso y masivo programa de construcción judío está permitiendo que Israel consolide su poder y soberanía sobre la ciudad porque “está destruyendo la unidad económica de los territorios palestinos y la contigüidad de la propia ciudad de Jerusalén con Cisjordania”, comenta Eldad Brin, un urbanista israelí y activista de Ir Amim, una ONG que promueve la división de poder en un Jerusalén dividido. El objetivo final no es otro que expandir el control israelí sobre el territorio ocupado como una realidad irrevocable.

No hay duda de que las labores de construcción no son una actividad neutral en Jerusalén aunque, desde un punto de vista histórico, nunca lo han sido. Durante la turbulenta historia de la ciudad, la gran mayoría de imperios y civilizaciones que ejerció soberanía sobre esta región recurrió a extensas campañas de construcción para establecer y consolidar su presencia en la zona y para ‘fabricar hechos físicos sobre el terreno’ que permitieran justificar su poder sobre esta venerada tierra. En los últimos años, Israel también ha ido consolidando la anexión de territorio palestino gracias a la construcción del polémico muro de separación en los territorios ocupados, que está arrebatando la tierra de las manos de los habitantes árabes y palestinos. Hasta el momento, se ha completado más del 85% de las 435 millas de longitud que tiene el muro.

Y mientras las autoridades israelíes continúan forjando una nueva realidad sobre el terreno y afianzando su dominio a base de ladrillos, cemento y desalojos, las fricciones y divisiones entre las distintas comunidades de la sociedad hebrea van acrecentándose. “Jerusalén es la ciudad más dividida y segregada que conozco a pesar de que no tiene muros. Bueno, a excepción del muro del apartheid”, afirma Naomi Chazan, una académica y política israelí a favor de la solución de dos estados con Jerusalén como capital de ambos. Y es que, sobre el telón de fondo de la lucha nacional entre palestinos e israelíes, se está abriendo una abismal brecha de injusticias sociales y de fisuras políticas entre las distintos grupos étnicos de la ciudad. Aquí es difícil que alguien se ponga de acuerdo porque, donde unos ven un muro de separación, otros ven uno de seguridad; Donde unos ven asentamientos, otros ven colonias legales; Y donde unos ven terroristas, otros ven guerreros contra la ocupación. Israel es la tierra de los dobles sentidos. Y en esta región, ni las preguntas ni las palabras son inocentes.

Pero, por más que se intente, la guerra dialéctica no puede ocultar aquello que está a la vista del ojo. La división política y las fisuras sociales entre israelíes, judíos, árabes y palestinos es aún más evidente cuando uno se adentra en el elegante y moderno barrio judío de Har Homa. Aquí, los niños juegan tranquilamente en los jardines de las casas y en los parques. Hay centros comerciales, escuelas, instalaciones deportivas, calles pavimentadas, alumbrado, árboles y zonas ajardinadas bellamente diseñadas. En este paraíso judío, sin embargo, no hay árabes porque, en la ciudad de Jerusalén, apenas hay barrios en los que judíos y árabes convivan codo con codo.

Al norte de Har Homa se encuentra el poblado árabe de Sur Baher. La carretera que separa ambas comunidades divide el primer del tercer mundo; el cambio en el paisaje es radical. En este lugar se observa la descomposición del tejido social de la ciudad santa de Jerusalén. Hasta hace algo más de un año, la gente que viajaba por esta carretera – la principal vía de comunicación que conecta la mayoría de los barrios palestinos de Jerusalén Este – lo hacía en la oscuridad. Ahora hay varias farolas. En este empobrecido barrio no hay recolección de basura. En su lugar, los residentes prenden fuego a los contenedores metálicos. A uno y otro lado de la carretera que atraviesa el poblado, la basura y los escombros van acumulándose en montones. Hay latas vacías de comida, ruedas, y desechos esparcidos por las calles. Y entre la suciedad y las filas de modestas viviendas, se alzan algunas casas hermosas; Muchos palestinos han mejorado su calidad de vida desde 1967 porque tienen acceso al mercado laboral israelí. Pero, como colectivo, continúan siendo una comunidad pobre y con escasos recursos. “Esto es lo que le ocurre a un grupo que representa un tercio de la población de la ciudad, pero que no tiene quién represente y defienda sus intereses y necesidades”, dice Eldad Brin.

En las puertas verdes de un pequeño comercio hay un póster de un hombre joven. Su nombre es Husam Tayseer Dwayat, un trabajador de la construcción de unos 30 años al que los habitantes de Sur Baher consideran un héroe. Mató a tres personas e hirió a 30 más tras empotrar una excavadora contra un autobús y varios vehículos en el centro de Jerusalén. Después se pegó un tiro. A pesar de las numerosas banderas de Yasser Arafat que ondean en este lugar, los residentes de este barrio votaron a Hamas. “Esta es tierra de Hamas a lo largo y a lo ancho”, añade Brin. Como tal, la mayor parte de israelíes y judíos jamás pondrán un pie en esta zona de la ciudad. En esta tierra, donde los terroristas nacen y los israelíes no son bienvenidos, muchos árabes no hablan hebreo y la gran mayoría no desea obtener un pasaporte israelí.

De hecho, cuando Jerusalén Este fue anexionado ilegalmente en 1967, las autoridades hebreas les ofrecieron pasaportes israelíes a los palestinos. Pero éstos los rechazaron porque el aceptarlos hubiera legalizado la ocupación israelí de Jerusalén Este. Sin estos pasaportes, los palestinos son ciudadanos de segunda clase. Y por su condición de residentes, están obligados a pagar un impuesto sobre la propiedad. Y lo pagan religiosamente, pero no porque les guste Israel, sino porque su estatus podría ser revocado a la mínima excusa. Sólo aquellos que viven sumidos en la más absoluta pobreza o que sufren minusvalías están exentos de pagar impuestos. Pero, en contraste con el barrio judío de Har Homa donde el pago de estas tasas regresa a la comunidad en forma de desarrollo urbanístico, nuevas carreteras y escuelas, en los barrios palestinos, las mejoras raramente – si es que en algún momento – tienen lugar. A la población palestina ni siquiera le está permitido construir, ampliar o reparar sus casas.

Sur Baher, donde los terroristas nacen y los niños están expuestos al lenguaje de Hamas, es una cara de Jerusalén tan real como Har Homa. No se requieren grandes dosis de genialidad para concluir que el Israel de hoy día está completamente alejado de esa idílica idea de ‘hogar patrio’ que Dios le prometió a los antiguos habitantes judíos de la región. Y esta tierra, Sur Baher, donde los habitantes se revelan contra la opresión y el dominio israelí, es la misma que las autoridades hebreas quieren que forme parte de su estado y de la capital de éste – un objetivo nacional y político que algunos israelíes cuestionan.


Los detractores de la barrera de seguridad israelí la consideran una herramienta para separar a las comunidades palestinas y hebreas de Jerusalén. Foto: Aitana Vargas

“Si sumas las políticas de Israel desde 1967, el resultado es un gran fiasco,” dice Brin. “Israel consiguió construir todos estos barrios judíos y todavía no hay una mayoría judía en el Gran Jerusalén”. En veinte años no habrá una mayoría judía en Jerusalén. Y para un país que fue lo suficientemente inteligente como para poner satélites en el espacio, [los israelíes] deberíamos haber sabido hace más de cuarenta años que este iba a ser el resultado final. Pero [los israelíes] estábamos demasiado cegados por la euforia, y el orgullo, y la vanidad, y no lo vimos venir”.

Sin embargo, donde el masivo programa de construcción hebreo sí tuvo éxito fue en la creación de una compleja red de barrios judíos enmarañados en una espiral con los territorios árabes que hará físicamente imposible volver a dividir Jerusalén en el futuro. Esta estructura de ADN no sólo se observa en Jerusalén Este, sino que abarca toda la ciudad de Este a Oeste y de Norte a Sur. Los bloques de asentamientos judíos dentro y alrededor de la ciudad harán inviable la formación de un futuro Estado palestino y especialmente una capital palestina en Jerusalén Este. Aplicando lo que algunos califican como el método salami, Israel ha ido expropiando tierra palestina, expulsando a los residentes árabes de sus tierras, apoderándose de cada colina, de cada montaña, de cada árbol en flor, de cada casa, hasta que las zonas con mayor valor histórico y religioso se han ido alejando cada día más de los lugares donde viven los residentes árabes y palestinos. “Al apoderarse de toda la tierra es donde Israel ha cruzado la línea que separa la necesidad de la avaricia”, concluye Brin.

Con una comunidad internacional relegada a mero espectador pasivo del conflicto, las autoridades israelíes van poniendo las pinceladas finales a este mosaico que conforma la compleja realidad del tejido social israelí – una pintura plagada de marcados contrastes socio-culturales y múltiples fracturas políticas entre israelíes y palestinos. Y si, a golpe de pincelada Israel va imponiendo la realidad que desea, a la vez, va forjando otra paralela: la catástrofe palestina. En tierra santa, todo es cuestión de tiempo. Y eso lo sabe bien el país hebreo, que cada día está un paso más cerca de poner esa última pincelada que le permita consumar su fait accompli.