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Historias sobre nuestro Universo

Solo ante el Universo

El astronauta mexicano que abogó por la reforma migratoria

Por Aitana Vargas

18 de septiembre de 2014 

En órbita a más de 400 kilómetros sobre la superficie del planeta azul, la silueta del globo terráqueo resplandecía sobre un mosaico estelar donde billones de años de evolución cósmica han tatuado la historia del universo y de la humanidad. Fue desde ese lugar remoto y lejano donde el discurso del exastronauta José Hernández dio un giro brusco e inesperado. Cuando los ojos castaños de este mexicano se clavaron sobre la tierra, su pensamiento viró hacia el drama que millones de inmigrantes viven a diario en la primera potencia del mundo.

“Que haya 12 millones de inmigrantes indocumentados aquí [Estados Unidos] significa que algo falla en el sistema, y el sistema se tiene que corregir”, aseguró Hernández ya tras su regreso a tierra firme.

Se trataba de unas palabras y una consciencia nacidas desde más allá de las nubes, porque gravitando en la estación espacial internacional, las fronteras físicas, políticas e ideológicas que diferencian la existencia de unos y otros en la Tierra eran indistinguibles al ojo humano, disipándose con los haces de luz y adquiriendo un carácter distinto. La panorámica galáctica le abrió los ojos y expandió la mirada humana de este estadounidense de espíritu nativo. La búsqueda de un sentido a la injusticia que domina la vida de millones de personas se plasmaba a través de un sistema de creencias renovadas y se propagaba a través de la voz del científico.

Ese 28 de agosto de 2009, Hernández se convirtió en uno de los pocos mexicanos en lanzarse a la exploración del universo. En su ascenso hacia el cénit celestial, el transbordador Discovery había sobrevolado los campos de cultivo californianos que los padres de este hispano habían arado con sus propias manos bajo el sofocante calor del estado dorado – esos campos de tomates y pepinos que también cultivó un José niño, ayudando así a su empobrecida familia a traer alimento a casa.

Con su gesta astronómica, Hernández fue coronado héroe de una comunidad hispana que se desvive por iconos e historias de proeza. La de Hernández es la historia de un pobre que encontró el sendero para alzarse como un símbolo de masas. Su relato –inspirador y excepcional– es el motor que catapulta a niños y adultos de todo el mundo a emigrar a Estados Unidos.

“No hay que darse por vencido. Muy pocas veces se logran las cosas en el primer intento”, asegura este explorador cósmico de padres michoacanos.

Para el ingeniero, el aterrizaje en la NASA desafió su entereza, puso a prueba sus principios y reforzó su tesón. Tuvo que escuchar once negativas hasta que por fin la agencia espacial le brindó un lugar de distinción entre sus filas, abriéndole las puertas a una carrera que le ha aupado hasta más allá de los confines de nuestro planeta – un privilegio que muy pocos en la historia de la humanidad pueden relatar.

Cuando Hernández colgó para siempre el traje de astronauta y se despidió del firmamento en el año 2011, trató de labrarse una carrera política como Demócrata para propulsar la agónica reforma migratoria. El salto del espacio al Capitolio, sin embargo, no dio los frutos esperados. El intento político naufragó y la reforma descarriló.

Pero si algo se desprende de la narrativa de Hernández es ese impulso primordial que incita a una búsqueda constante por dotar su vida de significado. Una búsqueda que también ha sido el motor de vida para otros científicos destacados como el israelí David Deutsch, que ha dedicado sus días a la creación de un computador cuántico que demuestre la existencia de universos paralelos.

“Aunque el universo no tenga un propósito, le podemos dar uno”, recordaba Deutsch en uno de sus libros.

Para los visionarios, para los descubridores y para los inventores que con sus hallazgos han revolucionado la historia de la humanidad y cuestionado los esquemas dominantes de valores y creencias, la exploración del universo ofrece respuestas a preguntas elementales sobre nuestra existencia. De ahí que para un hombre como Hernández, observar el reino terrestre desde una perspectiva ‘universal’ le hiciera replantearse sus pensamientos más básicos sobre el origen y el futuro de él y de sus compadres.

“Lamentablemente, los refuerzos de seguridad en la frontera [de EE.UU.] están haciendo que nuestra gente tome más riesgos y que se produzcan más muertes cuando tratan de cruzarla. Si se pasara una reforma migratoria, se aliviarían muchos de estos problemas”.

 

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Del planeta azul a los confines del cosmos

El origen del Universo según la fe y la ciencia

Por Aitana Vargas

29 de septiembre de 2014

Las tres cúpulas grises proyectan hacia el cielo azulado parte de la luz que les llega del sol, el motor de la vida en la tierra. El canto armónico de los pájaros alerta del amanecer mientras las hojas de los árboles se menean en un sutil baile. El astro rey se asoma con timidez por el horizonte lejano, alumbrando con sus rayos el sendero hacia un nuevo día. Un grupo de niños se acerca hacia la puerta del Observatorio Griffith donde, en unos minutos, comienza una proyección audiovisual que les revelará algunos de los secretos más fascinantes sobre nuestro universo.

Bajo la cúpula central de este instituto astronómico comienza una travesía que traslada a las mentes inquietas a años luz de la tierra, hacia aquel lugar remoto del firmamento donde habitan las estrellas, las galaxias y donde tienen lugar fenómenos cósmicos que se escapan del entendimiento humano. Es en este planetario donde los más pequeños escuchan por primera vez la teoría del Big Bang – el modelo más aceptado por la comunidad científica para describir el origen y la evolución del cosmos desde sus inicios hasta la fecha. 

El nacimiento del universo se remonta unos 14 billones de años en el tiempo. Todo lo que hoy día existe estaba comprimido en una especie de burbuja infinitamente densa y pequeña conocida como singularidad. Como si fuera un globo, esta pequeñísima burbuja cósmica comenzó a expandirse rápidamente (algo que se conoce como el “Big Bang”) provocando temperaturas infernales. Con la desaceleración de la expansión, el universo fue enfriándose, permitiendo que la energía se transformara en partículas elementales las cuales darían origen a las galaxias y cuerpos celestes, como la tierra. Pero entonces ¿qué había antes del Big Bang. 

“Antes del nacimiento del universo, el tiempo, el espacio y la materia no existían”, asegura la Agencia Espacial Europea en su página web. En otras palabras, no había nada.

La burbuja cósmica estaba infinitamente comprimida sobre sí misma, por lo que hablar de la existencia de cualquier concepto propio de la era ‘post-Big Bang’ carece de sentido. 

La teoría del Big Bang fue concebida a principios del siglo XX por Edwin Hubble y ‘reformada’ en décadas posteriores por las mentes más sobresalientes del planeta, como el cosmólogo británico Stephen Hawking. Postrado desde hace décadas en una silla de ruedas y sin movilidad física alguna, la incapacidad no le impide articular sus pensamientos sobre la acalorada polémica que surge en el seno de la comunidad de creyentes al abordar la ‘creación’ del universo. La respuesta de Hawking ante la agitación es, no obstante, categórica.

“La pregunta [de quién creó el universo] no tiene sentido. El tiempo no existía antes del Big Bang”.

Con los años, Hawking se ha afianzando en su idea de que no se necesita un Dios para explicar la existencia del universo. “Nadie creó el universo y nadie controla nuestro destino”, asegura el científico.

Sin embargo, no todos secundan esta opinión. Erik Stengler, Doctor en Astrofísica por la Universidad de Cambridge y profesor en la Universidad del oeste de Inglaterra, afirma que “pensar que no existe un creador es igualmente un acto de fe, ya que no elimina la necesidad de explicar la creación sino que la explica trasladando a la materia la capacidad de auto-crearse”.

“Darle a la materia ese atributo divino en el fondo es un tipo de panteísmo”, concluye.

Desde tiempos inmemoriales, el eterno debate entre religión y ciencia ha permanecido ligado a la existencia humana y a la búsqueda de un significado. En el siglo XVII, la curiosidad y sed de conocimiento de uno de los más grandes pensadores de la humanidad hizo que Galileo Galilei enfocara su telescopio hacia la inmensidad celestial, descubriendo respuestas que desafiaban las creencias religiosas de la época y articulando pensamientos que le costarían la libertad.

Silenciado por la Inquisición y castigado con arresto domiciliario, “el padre de la ciencia moderna” no dudó de la veracidad de sus descubrimientos científicos. Tampoco dudó en adoptar la visión copernicana del mundo: La tierra, al igual que el resto de planetas, gira alrededor del Sol. Esta realidad derrumbaría las creencias promulgadas por la Iglesia de aquella época, que insistía en que nuestro planeta era el centro del universo – pero el clero se equivocaba. 

Pese a las discrepancias históricas entre ciencia y religión, el Vaticano posee uno de los observatorios astronómicos más reconocidos del mundo. Detrás de sus muros macizos y puertas selladas, el diálogo entre la fe y la astrofísica halla un espacio donde evaluar dos reinos dispares y dar respuesta a algunas incógnitas que el ser humano se plantea. Los astrónomos de la Santa Sede custodian celosamente los secretos que desafían los límites de una fe que trata de dar significado a la existencia humana. Y quizá su tarea más ardua sea reconciliar la edad bíblica del universo (entre 5.000 y 7.000 años) con la edad científica (unos 14 billones de años).

Pero en las aulas de Harvard University la preocupación es otra. Lisa Randall, especialista en Física Teórica y autora del libro “Llamando a las puertas del cielo”, advierte en una entrevista en PBS que “se está perdiendo el respeto por la ciencia, por el pensamiento racional, por el método científico” y que “entender la ciencia nos puede ayudar a tomar mejores decisiones para nosotros mismos”.