El público televisivo al desnudo (Parte I & II)
PREMIO ANA MARIA AGÜERO MELNYCZUK A LA INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA, PREMIO DE INVESTIGACIÓN DEL CLUB DE PRENSA DE LOS ÁNGELES Y FINALISTA DE LOS PREMIOS LIVINGSTON (Pulitzer de los Jóvenes)
Primera parte
Aquel caluroso día de otoño una rubia treintañera vestida con una blusa fucsia llegaba apresuradamente y se sumaba a la interminable fila que se había formado frente a los estudios Sunset & Bronson, en pleno corazón de Hollywood, para trabajar como público en el programa televisivo del popular presentador estadounidense Jeff Probst.
Con gotas de sudor deslizándose por su rostro espetaba un honesto “Menos mal que he llegado a tiempo, porque cuando no tienes dinero como yo, $30 suponen una gran diferencia”.
La joven – y quienes formaban la fila ese 7 de noviembre de 2012 – acudía a los estudios contratada por Elite Audiences, una compañía gestionada por Karen Needle, y cuyo asistente Scott Durr coopera también con ella en la contratación de personal para acudir a otros programas como Judge Judy y Judge Joe Brown, que se ruedan en otro estudio unos metros más abajo. Justo detrás y en paralelo al grupo de Karen, se iban formando otras filas asociadas a Standing Room Only y Background Talent, así como otras agencias e individuos que se dedican a la contratación de personal que trabaja en calidad de público en diversos programas de televisión.
Estos empleadores contribuyen con su labor de reclutamiento al desarrollo y enriquecimiento económico de una industria del entretenimiento que anualmente genera $43 billones en salarios en el Condado de Los Ángeles, algo que en el año 2011 supuso un 8.4% del PIB de esta región ($558 billones). Pero en la meca mundial del cine y del entretenimiento, el trabajo de público, a diferencia de otros empleos, no está debidamente regulado y se presta a una amplia gama de situaciones laborales irregulares y prácticas legalmente cuestionables.
Durante los dos meses que duró mi investigación, recorrí los estudios de televisión de Los Ángeles, mezclándome con el público que plaga las gradas y descubriendo un mundo desconocido para muchos, pero que refleja la precariedad laboral a la que cientos de trabajadores están sometidos.
Fue así como en varias ocasiones acudí de la mano de varios empleadores al The Jeff Probst Show, un programa que se ha posicionado como favorito indiscutible entre quienes realizan este tipo de trabajo. Una vez dentro del estudio, el público recibe snacks y refrescos gratuitos, pudiendo disfrutar de otros servicios como masajes, maquillaje, y acceso a internet a través de ordenadores instalados en la sala de espera – un trato que dista notablemente del que recibe el público en otros programas, y que está disponible para las más de doscientas personas que estimo acuden al rodaje – eso sí, algunas pagadas y otras no.
Pero aquel 7 de noviembre, al igual que semanas atrás, alguna queja había llegado hasta el equipo de producción del programa, desatando de nuevo la ira de una de las coordinadoras que trabaja en el show.
“No quiero volver a escuchar una puta palabra más de dinero. El próximo que oiga hablando de dinero, no vuelve más a este programa. Ustedes reciben dinero. Hay gente que viene y que no recibe ni eso. Compórtense de manera profesional y dejen de hablar del puto dinero”, gritaba enfurecida en plena vía pública mientras una ola de silencio se propagaba rápidamente entre nosotros – una imagen que contrastaba con la que yo me había formado de esta joven empleada en ocasiones anteriores en las que me había saludado con gran amabilidad al acudir al programa.
Tras la reprimenda pública, entramos como una manada de corderitos al interior de los estudios. La jornada aquel día concluyó tras cinco horas y cuarto de rodaje, a cuyo transcurso cada grupo buscó fuera de las instalaciones a su empleador para recibir la compensación monetaria. Karen Needle le extendió un cheque por valor de $38 a cada trabajador de su grupo – incluyéndome a mí – en plena vía pública y a la vista de los transeúntes, que es como acostumbra a efectuar estas transacciones.
Días antes, el 24 de octubre de 2012, había acudido al rodaje del programa Take it All contratada por la agencia Background Talent, la compañía de gestión de público con mejor reputación en este sector de la industria porque, aparentemente, es la única o de las pocas cuya compensación económica cumple la ley laboral de California, pagando $8 por hora trabajada y remunerando además las horas extras. La agencia, gestionada por Debby Cohen, me embolsó $128 en efectivo por una jornada laboral que había comenzado a las 10.30 de la mañana y que se prolongó hasta las 12 de la madrugada. Aquel día se rodaron tres programas y, alrededor de las 10 de la noche, el equipo de producción del show anunció que también se grabarían los vídeos promocionales pese al cansancio evidente de los cientos de miembros del público, el frío gélido que hacía en los estudios, y habiendo soportado con estoicidad horas con el estómago vacío y sin acudir al lavabo. El equipo de producción no facilitó información sobre la hora de salida, lo que generó preocupación entre el público. El grueso de los trabajadores se desplazaba en transporte público, y debía salir antes de las 12 de la madrugada para subirse al último tren de metro. Pero abandonar la grabación sin que ésta hubiera concluido implicaba no recibir ninguna compensación económica, ni siquiera tras haber trabajado una jornada que, ya a las 10 de la noche, superaba las ocho horas laborales. El principio aplicado por las agencias es que, para recibir la compensación, uno debe quedarse hasta el final – sea la hora que sea. La agencia fue contactada para solicitar información sobre sus prácticas y, a día de hoy, no ha respondido.
El perfil de la persona que trabaja como público es variado, aunque suele existir un denominador común: una necesidad económica acusada. Por lo general, el público suele estar integrado por estudiantes, desempleados crónicos, inmigrantes indocumentados de diversas nacionalidades y aspirantes a actor o actriz. A este último grupo pertenece Dynnette, que jamás ha acudido a uno de estos programas por diversión o con el firme propósito de ser descubierta por un caza-talentos, pero sí como medio para pagar las facturas mensuales y sobrevivir mientras encuentra la oportunidad cinematográfica que anhela. Cuenta Dynnette que los devastadores estragos que la crisis económica causaron en su bolsillo la obligaron a recurrir a esta forma de ingresos.
“Me moriría de vergüenza si mis amigos me vieran en Judge Judy”, comenta con arrepentimiento. Pero ahora no tiene una mejor opción.
En el mes de octubre de 2012, Dynnette fue contratada por Elite Audiences para acudir al programa Judge Joe Brown. Y el cheque de $46 que recibió por siete horas de trabajo le supo a poco. “Karen lo sabe mejor que nadie. Es un abuso. Alguien debería denunciarlo al departamento de trabajo. Nos pagan menos que a los indocumentados”, aseguraba con un gesto que vacilaba entre la indignación y la resignación de aquel que sabe que necesita ese dinero para sobrevivir. Se acercó al asistente de Karen, a Scott Durr, para reclamarle esos $6 que le faltaban al cheque para completar la diferencia y llegar así a los $8 por hora que con merecimiento Dynnette sentía que se había ganado.
“Sólo pagamos $8 a partir de la novena hora”, sentenció Durr, quien hasta la fecha no ha respondido al correo electrónico que se le envió preguntando sobre la política laboral de Elite Audiences. Por su parte, Karen Needle, que está al frente de la compañía, rehusó participar en una entrevista y negó su relación con algunos programas para los que provee miembros del público. “Desde hace un año no gestiono Judge Judy y Judge Joe Brown”, añadiendo que “son muchos los factores que determinan cuánto le pago a mis empleados”.
Según la Comisión del Trabajo de California, entre 1999 y 2011, sólo 21 miembros del público y extras presentaron quejas “por impago salarial y multas por retrasos en pagos”. Tres de los casos implican a Background Talent y a SRO, y uno de éstos culminó en acciones judiciales.
En California, los derechos laborales varían en función de la clasificación que recibe el trabajador. Branigan Robertson, abogado con oficina en el Condado de Orange, explica que los ‘empleados’ tienen derecho a un salario mínimo, descansos y otros beneficios, pero que esos mismos derechos no están garantizados para los ‘trabajadores independientes’.
“Los empresarios a menudo rompen la ley y abusan de los trabajadores al clasificarlos como ‘trabajadores independientes’ cuando en realidad deberían ser ‘empleados’”, señala el experto.
“Los miembros del público están sujetos al completo control del empresario, no hacen uso de habilidades especiales, no invierten en equipamiento o herramientas, y su oportunidad de lucro o pérdida monetaria no depende de sus habilidades. Por lo tanto, deberían ser ‘empleados’ y estar sujetos a todas las protecciones de salario mínimo, comidas, descansos, horas extras remuneradas, etcétera”, sentencia.
Como apunta Robertson, “los ‘miembros del público’ ocupan un área gris entre ambas clasificaciones”, una conclusión que también puede extraerse de un informe elaborado por Los Angeles County Economic Development Corporation titulado The Entertainment Industry and the Los Angeles County Economy. En dicho informe no hay rastro alguno ni datos concretos sobre el sector del público en toda la industria angelina.
El documento, sin embargo, sí reconoce la existencia de los ‘empleados’ y ‘trabajadores autónomos’ de la industria del entretenimiento en LA (tales como actores, guionistas, productores, periodistas, etc.) que suelen pertenecer a sindicatos y asociaciones (i.e. SAG-AFTRA, etc.) que protegen sus derechos. En el caso de los miembros del público, ni hay sindicatos de por medio, ni constancia de su existencia, porque ellos trabajan en las sombras.
Es difícil también argumentar que acudir a estos programas pueda considerarse una forma de diversión. Cuando las compañías de producción requieren decenas o cientos de personas durante jornadas que a veces son interminables, cuando no se puede ir al lavabo o comer durante varias horas, cuesta creer que un individuo se preste a acudir a estos programas por mero placer. Y sobre todo sin una compensación económica de por medio. Es ahí cuando entonces esta ‘presunta forma de diversión’ se convierte en un ‘trabajo’. Y como tal, debería estar debidamente regulado y remunerado.
Segunda Parte
Mi andadura periodística arranca bajo el asfixiante sol del verano californiano en el barrio latino de Van Nuys, en pleno Valle de San Fernando, en un estudio situado detrás del aeropuerto de esta localidad y donde se rueda el programa titulado 12 Corazones que se emite por la cadena Telemundo desde hace varias temporadas. La ejecución del show se rige por un planteamiento sencillo: cuatro hombres ‘compiten’ por el corazón de ocho mujeres (aunque a veces también se observa el escenario opuesto). Y resalto la palabra ‘compiten’ porque todo está prácticamente descrito en el guión.
Ocupo mi asiento como un miembro más del público desconociendo que, como tal, uno se expone a que le saquen a concursar si uno de los participantes no aparece o tiene un ataque de arrepentimiento y miedo escénico en el último minuto. En un momento de lucidez me replanteo seguir adelante con mi reportaje ante el temor y la vergüenza que me embriagaban – y supongo que entendible – ante la posibilidad de que me saquen al escenario y alguien reconozca mi rostro en las gradas. Mis dudas, sin embargo, se disipan cuando escucho a la coordinadora del público, llamada Adriana, pedir un documento que acredite la identidad de cada uno de los presentes.
“No importa que el ID o el social sea de la Placita Olvera”, comenta en referencia directa a McArthur Park, uno de los lugares por excelencia al que acuden los inmigrantes para obtener un carné de identidad o una tarjeta de la seguridad social falsa o robada con la que poder trabajar.
El rodaje de este espectáculo comienza con la presentadora irrumpiendo en el escenario con un baile de caderas desbocadas. Con simpatía desbordada y una sonrisa de oreja a oreja, saluda a los participantes ante un público que le dedica una acalorada ovación y que está metido por completo en su papel. Y digo ‘metido’ porque en las gradas nadie se sienta sin que le suelten dinero.
El público lo conforman unos veinte hombres y veinte mujeres de entre 18 y 30 años – aunque hay quien claramente rebasa la barrera de los 30 y se ha ‘colado’ con un ID falso o porque la coordinadora de la audiencia ha hecho la vista gorda. Entre los ‘elegidos’ a ocupar un asiento en las gradas hay estudiantes, inmigrantes indocumentados hispanos con estudios universitarios, aspirantes a actor o actriz, alguna que otra rusa que no habla una palabra de español, y un buen puñado de madres latinas (principalmente mexicanas y centroamericanas) cuya edad media ronda los 25 años.
Durante la grabación no salgo de mi asombro al escuchar los improperios con los que hombres y mujeres deben conquistar el corazón ajeno. Pero como el desenlace está prácticamente pactado de antemano, da igual que en vez de halagos los concursantes se dediquen insultos. Algunos participantes acabarán sellando su ‘amor’ con un glorioso beso, a pesar de haberle dedicado al sexo opuesto ofensas enmascaradas en burdos ‘intentos de conquista’.
“Me pagan entre $150.00 y $175.00 dependiendo de lo que dure en el concurso”, me explica una de las participantes llamada Natalie mientras se retoca el maquillaje frente al espejo del lavabo media hora antes de que comience el rodaje. Esta joven jalisciense, que cubre su cabellera castaña con una brillante peluca de color púrpura, ni siquiera puede precisar la temática del programa en el que participará en unos minutos.
“Creo que el show es de go-gós”, comenta con cierta indiferencia.
“Me recogieron a las once de la mañana y luego me llevarán a casa. Me dijeron qué zapatos ponerme, me dieron un vestido y un guión. Nos dicen [a los participantes] qué decir y cómo actuar”, relata mientras se ajusta la peluca. “Conforme avanza el show, los productores nos dicen qué comentarios hacer y van decidiendo quiénes se quedan y quiénes se van”, prosigue.
“Voy a intentar salirme de aquí tan rápido como pueda”, puntualiza.
Aunque hay casos como el de Natalie donde el participante viene empujado por la curiosidad de ver de qué trata el programa, la gran mayoría de concursantes y miembros del público sólo busca el dinero en efectivo. Durante las semanas que acudí al rodaje, ni unos ni otros se atrevieron a identificarse en nombre y apellido ante mí, porque el temor a perder esta forma de ingreso (única para muchos) y la vergüenza a ser reconocido van implícitos en esta clase de ‘trabajo’.
“No me quiero meter en problemas. No tengo nada bueno que decir”, comenta un músico mexicano sin permiso de trabajo que accede a hablar conmigo si mantengo su identidad en el anonimato.
El artista denuncia que la coordinadora tenga un trato preferente con quienes le caen mejor, permitiendo que estas personas acudan a los rodajes cuatro días a la semana, e intercalando los días de trabajo para aquellos excluidos de la lista de ‘favoritos’.
“Me llaman en el último minuto cuando alguna persona de la audiencia no viene. Y el otro día que sí estaba registrado y confirmado, casi me quedo fuera”, explica indignado mientras aclara que recurre al transporte público para llegar hasta los estudios situados frente al aeropuerto de Van Nuys.
Las jornadas en 12 Corazones son interminablemente agotadoras, algo que se evidencia en el rostro de los miembros del público conforme van pasando las horas. De media, se tardan unas nueve horas en rodar tres programas. Hay dos descansos de entre 30 y 45 minutos cada uno, durante los cuales se alimenta a los miembros del público. En el primero, se reparte un snack (generalmente un perrito caliente o fruta) acompañado de una botella de agua o un refresco. En el segundo distribuyen la cena. A lo largo del día se va acumulando el calor en el estudio porque mantienen el aire acondicionado apagado y sólo lo encienden durante las interrupciones, lo que hace que la temperatura resulte insoportable durante el último programa del día. Una hora antes de que concluya el rodaje, la coordinadora se acerca a las gradas y le extiende un billete de $50 a cada miembro del público – menos del salario mínimo estipulado por la ley de California, que fija el mínimo en $8 por hora trabajada.
“No sé si $50 es un trato justo o no, pero me lo pasaba muy bien”, comenta Brenda Estrada, una tapatía de 29 años que lleva más de nueve viviendo en Estados Unidos y que admite ignorar la legislación laboral.
“No sé realmente cuál es ese documento. No sé a qué te refieres”, contesta cuando le pregunto por los formularios W9 y el 1099 – documentos que todo trabajador autónomo debe rellenar para cumplir con sus obligaciones de cara al IRS (la hacienda estadounidense), y que la misma Brenda confirma que ni 12 Corazones ni otros programas anglosajones a los que asiste lo distribuyen entre los miembros del público.
De la misma manera, las agencias Elite Audiences y Standing Room Only tampoco exigen un carné de identidad ni un número de la seguridad social. Background Talent, aunque sí los exige, no comprueba – al igual que 12 Corazones – la autenticidad de los documentos o la información personal facilitada por el empleado.
En el caso concreto de 12 Corazones, la gestión del público corre a cargo de la coordinadora, Adriana, quien solicita trabajadores a través de la página Audiencia Doce Corazones de Facebook. Además, Adriana suele sentarse a varios metros de las gradas durante los rodajes, acercándose en varias ocasiones a los miembros del público para pedirles que griten con más pasión, aplaudan intensamente, sonrían y, si es necesario, que las mujeres se apliquen “el lipstick”. Y aquel que no rinde de la manera esperada, no vuelve a las gradas, tal y como ella misma lo advierte.
Hasta el día de hoy, Adriana no ha contestado a la petición de entrevista solicitada en marzo de 2013 para responder preguntas relacionadas con las prácticas y condiciones laborales del público durante los rodajes del programa. Telemundo y NBC tampoco dieron información tras ser contactados via correo electrónico.
Pero con tan solo leer el informe The Entertainment Industry and the Los Angeles County Economy, uno puede extraer respuestas contundentes. La industria del entretenimiento en Los Ángeles genera directa e indirectamente 586.000 puestos de trabajo, con un salario medio en el año 2011 que asciende a $117.000 – una cifra que duplica la media salarial ($53.300) en todo el sector privado, y que nada tiene que ver con esos $38 que Elite Audiences paga por más de cinco horas de trabajo, o esos $50 que 12 Corazones entrega tras una jornada laboral que asciende por lo general a nueve o más horas.
Aunque para muchos miembros del público, como señala Dynnete, la naturaleza de este ‘trabajo’ es categóricamente “denigrante”, para esa madre que tiene que alimentar dos bocas hambrientas, para el desempleado crónico sin esperanzas de reincorporarse al mercado laboral o para ese indocumentado que no habla inglés y se desvive por sacar a su empobrecida familia adelante, $50 representan una tabla de salvación y, quizá, la diferencia entre llegar o no a fin de mes. Uno no entiende las dificultades que estos sectores desprotegidos y vulnerables de la población atraviesan hasta que no se pone en su situación y es sometido al mismo trato, a la misma injusticia, a la misma explotación.