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Cartas desde Jerusalén I/El Haram: La joya religiosa


La mezquita de la Roca, situada en la Ciudad Vieja de Jerusalén, lleva trece siglos desafiando los intereses del pueblo hebreo. Foto: Aitana Vargas

Por Aitana Vargas

24 de septiembre de 2010

La cúpula dorada de la Mezquita de la Roca brilla con todo su esplendor mientras un grupo de feligreses judíos ofrece sus plegarias frente al Muro de las Lamentaciones –el último vestigio sagrado del antiguo Templo de Herodes que fue destruido por los romanos siglos atrás. Durante más de 1300 años, esta majestuosa mezquita se ha elevado sobre la ciudad santa de Jerusalén desafiando los intereses y ambiciones del pueblo judío. Y, durante este tiempo, su arquitectura islámica ha dominado el cielo de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Considerado el tercer santuario más importante del Islam, este monumento a la perfección construido por el califa Abd Al-Malik forma parte de un inmenso complejo arquitectónico al que los musulmanes llaman el Haram al-Sharif, la “joya religiosa” más deseada y venerada en la actualidad por musulmanes y judíos y a la que, en estos últimos, denominan el Monte del Templo.

Cuentan los textos bíblicos que, el lugar sobre el que hoy día se erige el Haram es donde hace unos tres mil años se elevaba el Templo de Salomón, destruido por los babilonios en el año 586 AC. Años más tarde, los romanos alzarían un nuevo y esplendoroso templo judío, el de Herodes, que se convertiría en uno de los santuarios divinos más espectaculares y soberbios de la época, comparable en grandiosidad a cualquier maravilla del mundo de la actualidad. Cuando los musulmanes iniciaron la construcción de su magnificente mezquita en el año 691, lo hicieron sobre las ruinas del Templo de Herodes, del cual, ya por entonces y hasta la fecha, sólo quedaba en pie un muro de contención externo: el Muro de las Lamentaciones – símbolo incuestionable de nacionalismo, identidad y orgullo para israelíes y judíos. Desde la destrucción de sus templos, el pueblo hebreo ha llorado la pérdida de estos santuarios y de la tierra elegida por Dios para construirlos. Y, durante casi dos milenios, no ha cesado en su intento por recuperarlos – consciente, sin embargo, de que para hacerlo, debe primero deshacerse de un gran obstáculo: el Haram al-Sharif, sobre el que lucen esplendorosas no una, sino dos gemas musulmanas, la Mezquita de la Roca y la Mezquita de Al-Aqsa.

Durante los últimos trece siglos, la Mezquita de la Roca se ha alzado como símbolo indiscutible de la ciudad de Jerusalén, cubriendo y protegiendo la Roca sobre la que Abraham, el primer patriarca postdiluviano de todos los judíos, cristianos y árabes, ofreció a su hijo Ismael en sacrificio. Fue aquí también desde donde el Profeta Muhammad ascendió al cielo tras el Viaje Nocturno que emprendió desde el santuario de Kaaba en Meca, Arabia Saudita. Según el Génesis, la Roca está situada en el lugar exacto donde por vez primera se manifestó la presencia divina y desde donde el Dios hebreo, Yahweh, pactó con Abraham la creación de un pueblo, del cual Abraham sería el Patriarca y Yahweh el Dios de dicho pueblo. Son estas y otras leyendas las que le confieren a este lugar un valor espiritual, histórico y arqueológico incalculable.


La lucha por la Ciudad Vieja de Jerusalén es una parte central del conflicto entre israelíes y palestinos. Foto: Aitana Vargas

Situada en Jerusalén Este, la Ciudad Vieja es un laberinto de callejones y pasadizos repletos de puertas al pasado. Talladas en cada piedra se esconden las historias de grandes imperios y civilizaciones que en su día protagonizaron cruentas batallas por la soberanía, la conquista y el control de un lugar al que, cada año, peregrinan millones de fieles de tres de las principales religiones monoteístas del mundo – Cristianismo, Judaísmo e Islamismo – en busca de una experiencia divina. A través de las estrechas callejuelas del barrio árabe se accede a la inmensa Plaza del Muro, desde donde los visitantes pueden contemplar y visitar el Monte del Templo. El recorrido es un espectáculo para los sentidos; sólo consiguen apartar la vista del camino la presencia de soldados israelíes fuertemente armados y las miles de cámaras de seguridad situadas en puntos estratégicos que vigilan, al detalle, cada movimiento de los transeúntes –un recordatorio constante de que, en el reino de Dios, nadie está a salvo. Con todos sus santuarios, referencias y monumentos religiosos, la ciudad de Jerusalén y el Haram al-Sharif son el epicentro de la brutal lucha que, desde hace décadas, encarnan israelíes y palestinos. Jerusalén, la ciudad que Dios eligió como meca divina, se ha convertido en la máxima expresión del fanatismo religioso y en tumba de aquellos que se empeñan en conquistarla –un destino que ni Alá ni Yahweh hubieran deseado para esta tierra santa.

Desde que Israel anexionó Jerusalén Este tras la Guerra de los Seis Días en 1967, a los judíos no se les permite rezar, aunque sí acceder, al Templo del Monte. Fue, quizá, la medida más sensata adoptada por el jefe militar y líder israelí Moshe Dayan que, con el fin de evitar un recrudecimiento de las tensiones entre las comunidades musulmanas y judías de la ciudad, decidió que la Waqf, la autoridad islámica, continuara gestionando el complejo religioso. Aunque la decisión está secundada por la Jefatura de Rabinos de Israel, no todos están de acuerdo.

Los últimos rayos de sol van ocultándose bajo el horizonte de la ciudad mientras el Rabino Yehudah Glick llega en motocicleta a la Colonia Alemana, un elegante barrio residencial fundado en Jerusalén Oeste en la segunda mitad del Siglo XIX. Sentado en el Café Aroma, Glick explica que “es una locura que el único lugar del mundo en el que los judíos no pueden rezar es el lugar donde se supone que deberían rezar.” “Es muy triste,” se lamenta. Glick, presidente del Temple Mount Heritage Foundation y de la Organización para los Derechos Humanos en el Monte del Templo, ha emprendido acciones legales contra el gobierno de Israel al que acusa de impedir que los judíos practiquen su religión con libertad. Casi todos los años, peticiones similares llegan hasta las instancias del Tribunal Superior de Justicia israelí, que se encarga de desestimarlas y archivarlas. Aunque los intentos de Glick por alterar el statu quo en el Monte del Templo no han tenido éxito, este rabino de mirada cristalina está convencido de que algún día todas las naciones del mundo se unirán y venerarán al único y verdadero Dios –el hebreo– alrededor de su “Palacio”: El Monte del Templo.

“¿Te imaginas cómo sería el mundo si la gente se reuniera alrededor del Monte del Templo? Sería algo magnificente. Y va a ocurrir. Lo sé. Cuando el mundo musulmán entienda lo importante y beneficioso que es para ellos, seguro que se unirán a nosotros”.

Glick, que se ha embarcado en una “misión judía para restaurar el nombre de Dios”, cree que la humanidad está presenciando una era única –una en la que tras miles de años de exilio, los judíos han regresado y reconquistado su tierra prometida como parte de un “plan diseñado por Dios”. “No se conoce ningún pueblo que después de tantos años regresara a su tierra. Pero lo que resulta aún más hermoso es que todo estaba profetizado en el Libro”.

Hasta no hace mucho, Glick también ejercía como el Director del Instituto del Templo, una organización situada en el barrio judío de la Ciudad Vieja y cuyo objetivo final, la futura construcción del tercer templo judío sobre el Haram al-Sharif, envía un mensaje amenazante al corazón del Jerusalén musulmán. El instituto dedica la mayor parte de sus esfuerzos y recursos al estudio de la Torá y del templo judío, así como al desarrollo de objetos rituales e indumentarias sacerdotales que serán utilizados una vez que el nuevo santuario sea construido y se restablezcan las ceremonias y cultos sacrificiales. Un paseo por las diversas salas de exhibición es suficiente para corroborar el alto grado de compromiso de esta organización para construir el tercer santuario judío sobre el Haram. Cada uno de los objetos ha sido realizado minuciosamente siguiendo las especificaciones reveladas por Dios a David y Moisés; vasos sagrados, instrumentos musicales y la corona dorada del Sumo Sacerdote, todos se han fabricado a partir de oro, cobre, plata y madera. Y están listos para su uso o, al menos, eso es lo que afirman sus creadores. Las únicas réplicas en miniatura que se encuentran aquí son las del Templo de Herodes; un pequeño modelo de madera está disponible y a la venta en la tienda del Instituto y en Internet.

La controvertida naturaleza de este “fervor religioso” – convertido además en “negocio”– es observada con creciente preocupación y desaprobación por los Judíos Ortodoxos que, aunque comparten la misma visión de construir el tercer templo, creen que esta tarea no le fue encomendada al ser humano sino que debe dejarse a la intervención divina –algo que sólo ocurrirá tras la llegada del Mesías.

Pese a la oposición que la visión de Glick suscita en algunos sectores del pueblo israelí y judío, este rabino no está solo ante el sueño de “unificar todas las religiones bajo el Judaísmo”. La suya es una interpretación de la realidad y una ‘verdad’ de la que otros en Israel también están convencidos. Y son precisamente este tipo de ‘verdades extremistas’ en las que se inspira una minoría de la comunidad judía para intentar cambiar la realidad sobre el terreno, llevando suvisión a acción, algo que únicamente logra alimentar el odio mutuo y la violencia entre las facciones más radicales de israelíes y palestinos, aniquilando de esta manera cualquier posible acercamiento de posturas entre ambos pueblos.

En 1980, Ben Shoshan y Yehuda Etzion, dos miembros del grupo judío conocido como el Gush Emunim Underground, idearon un plan para volar por los aires las mezquitas musulmanas situadas sobre el Monte del Templo y poder así iniciar la construcción del tercer santuario judío. La mayoría de estos individuos cree que cuenta con la bendición de Dios y que está cumpliendo sus obligaciones religiosas. Lejos de ser un hecho aislado, durante años, grupos de fanáticos judíos han conspirado para borrar del mapa las mezquitas del Haram. Los esfuerzos, de momento, han sido en vano y los conspiradores han sido puestos a disposición judicial una y otra vez. Sin embargo, nadie en Jerusalén permanece indiferente ante la amenaza real que suponen este tipo de “operaciones apocalípticas” cuyos cerebros no son solo fanáticos religiosos sino también nacionalistas empedernidos que se empeñan en ignorar la abrumadora realidad que brilla ante sus ojos: El Haram.

“Estas acciones y operaciones tienen motivaciones religiosas, nacionalistas y políticas como lo demuestra el hecho de que siempre coinciden con momentos críticos en los diálogos de paz”, comenta Menachem Klein, exasesor del exprimer ministro israelí Ehud Barak y de la delegación israelí durante las negociaciones de Camp David.

El Gush Emunim Underground creía que al destruir las joyas musulmanas, Israel entraría en una era de amanecer espiritual. El fracaso de este grupo, sin embargo, no ha desalentado a otros individuos que también intentan cumplir el mismo objetivo. El 8 de octubre de 1990, la organización conocida como el Temple Mount Faithful anunció planes para comenzar de forma inminente la construcción del tercer templo, lo que desató la furia de la comunidad musulmana y palestina en la Ciudad Vieja. Los disturbios y enfrentamientos en el complejo del Haram no tardaron en llegar y 22 palestinos acabaron muriendo a manos de las fuerzas de seguridad israelíes. Otros cien resultaron heridos.

Los frecuentes disturbios y protestas ocurridos en el complejo musulmán durante años ponen de manifiesto “el alto grado de sensibilidad y la elevada carga emocional presente en este lugar”, explica Naomi Chazan, una académica y política israelí a favor de la solución de dos estados con Jerusalén como capital de ambos. “La cuestión es cómo separar la religión de un conflicto político. Y, por cierto, no creo que la religión sea negociable. No creo que la identidad sea negociable. Así que, tienes que buscar la manera de bordear estos temas en vez de pelearte por ellos”, añade.


Desde el año 2000, el Templo del Monte se ha convertido en el principal foco de tensión entre las comunidades israelíes y palestinas que residen en la ciudad de Jerusalén. Foto: Aitana Vargas

Aunque la decisión de Moshe Dayan haya logrado hasta el momento amortiguar la violencia, no es ni mucho menos una medida perfecta y con la que se pueda evitar una reacción vigorosa por parte de los palestinos o musulmanes ante las acciones provocativas de grupos de fanáticos o nacionalistas judíos. Desde la visita del líder israelí Ariel Sharon al Haram en el año 2000 y el inicio de la Segunda Intifada, el Monte del Templo se ha convertido en el principal foco de tensión entre israelíes y palestinos en Jerusalén; Y ante los repetidos intentos de atentado, el temor de la comunidad musulmana de que su joya religiosa vuele por los aires está completamente fundamentado.

En ausencia de su antiguo templo sagrado, las gigantescas piedras que forman el Muro de las Lamentaciones se han convertido en símbolo de nacionalismo y orgullo para judíos e israelíes. Pero nada puede remplazar al Monte del Templo como símbolo de identidad y espiritualidad para muchos israelíes y, sobre todo, para los fanáticos religiosos. De la misma manera, cuando en 1948 se fundó el Estado de Israel arrebatando a los palestinos lo que había sido su tierra hasta el mandato británico, el pueblo palestino proyectó sus aspiraciones religiosas y nacionalistas sobre este complejo. Y se aferran a él “porque tener soberanía sobre este lugar elevará el estatus de un futuro estado palestino a los ojos del mundo árabe y musulmán”, afirma Klein. El Haram, ese diamante musulmán que brilla con fuerza desafiando los intereses de Israel, es una bomba de relojería. Y tanto ella como Jerusalén representan los principales obstáculos para reavivar los diálogos de paz.

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Agradecimientos a Haim, Sandy Natan, Tal y Jessie, quienes me abrieron las puertas a su hogar en Jerusalén y me hicieron sentir como en casa.